A finales de 2005, un grupo de 15 jóvenes saharauis desapareció en El Aaiún. Las autoridades marroquíes aseguraron que habían muerto ahogados víctimas de un naufragio tras embarcarse en una patera con rumbo a Canarias. En diciembre, las familias de los jóvenes eran informadas por medios oficiosos pero solventes de que sus hijos estaban en manos de las autoridades marroquíes de ocupación en el Sahara Occidental. Las madres tomaron el mando. Se reunieron con todo el que les quiso escuchar, marroquí, saharaui, extranjero y hasta informaron a miembros de Amnistía Internacional en el territorio, a la prensa. Se manifestaron y fueron apaleadas y detenidas.
Hoy, las conocen como “las madres del grupo de los quince”. Una de ellas, que prefiere guardar el anonimato para evitar represalias, ha hecho llegar una carta al Servicio de Comunicación Saharaui en Canarias (SCSC) pidiendo que se haga llegar tan lejos y a tantos lugares como se pueda. Mientras, sigue esperando el milagro de volver a ver a su hijo:
El Aaiún, cualquier mes de 2008
No sé cómo empezar este escrito. Ni siquiera sé si alguien quiere dedicar unos minutos a escuchar mi desgracia.
Todo comenzó el 15 de diciembre de 2005, cuando me enteré de que mi hijo había sido secuestrado por las autoridades marroquíes. Mi vida se vio envuelta en un camino de dolor y sufrimiento por la desaparición forzosa de mi querido hijo.
He agotado todas las vías “legales”, si es que se puede hablar de legalidad cuando los que ocupan nuestra tierra tienen un desprecio total por los derechos humanos más elementales.
He implorado y he suplicado a cualquiera que pudiera tener alguna relación con el caso de mi hijo. He tocado a todas las puertas para saber de su caso. Lo único que he recibido son rumores que me queman el alma y me rompen el corazón: que lo habían trasladado junto a sus compañeros de la cárcel de El Aaiún a otra en Marruecos; que bajo tortura murieron dos del grupo; que otros quedaron discapacitados o mutilados…
Las preguntas me angustian y no me dejan dormir, ¿dónde estará mi hijo?, ¿estará vivo o habrá corrido la peor suerte?, ¿podrá soportar las tristemente célebres torturas marroquíes?,¿cómo son sus noches?...¿y sus días?, ¿cómo puede sucederle esto a mi hijo, que nunca ha hecho mal a nadie, ni ha matado a nadie, ni ha robado a nadie?
Su único delito es el haber expresado explícitamente en manifestación pacífica el sentir y el deseo de todos nosotros. Lo que es la realidad. Somos saharauis, no somos marroquíes y reivindicamos nuestro derecho a la autodeterminación e independencia.
Cuando deambulo mirando sin nada que ver, pienso que llegará un milagro, pero los milagros parecen haber roto hace tiempo su alianza con los más débiles.
Me vence la impotencia y me doy cuenta de que mi caso es insignificante para el mundo, que no es más que un número que se añade a tantos otros. Me doy cuenta de que nosotros, los saharauis, valemos muy poco a ojos de un mundo en el que reina la ley del más fuerte.
No me queda más que encomendarme a Dios e implorar con desesperación la justicia divina ya que parece que la comunidad internacional es indiferente a nuestras plegarias.
Aún así, quiero lanzar un grito de desesperación e impotencia con la esperanza de que llegue a oídos receptivos. Para que en este mundo globalizado también se luche por que los derechos humanos se globalicen también y que los saharauis disfrutemos de ellos. En particular, apelo a todos los pueblos de España para que nos estrechen su mano solidaria en la misión de buscar el paradero de mi hijo y sus compañeros.
Puede que un día, ojalá no lejano, me encuentre con mi hijo, tenerle entre los brazos de nuevo y que nuestras vidas recuperen la normalidad. Necesito conseguir que David vuelva a vencer a Goliat.
El caso de mi hijo no es único en el Sahara Occidental. Hay demasiadas madres saharauis que están en la misma situación que la mía.
Saludos
Hoy, las conocen como “las madres del grupo de los quince”. Una de ellas, que prefiere guardar el anonimato para evitar represalias, ha hecho llegar una carta al Servicio de Comunicación Saharaui en Canarias (SCSC) pidiendo que se haga llegar tan lejos y a tantos lugares como se pueda. Mientras, sigue esperando el milagro de volver a ver a su hijo:
El Aaiún, cualquier mes de 2008
No sé cómo empezar este escrito. Ni siquiera sé si alguien quiere dedicar unos minutos a escuchar mi desgracia.
Todo comenzó el 15 de diciembre de 2005, cuando me enteré de que mi hijo había sido secuestrado por las autoridades marroquíes. Mi vida se vio envuelta en un camino de dolor y sufrimiento por la desaparición forzosa de mi querido hijo.
He agotado todas las vías “legales”, si es que se puede hablar de legalidad cuando los que ocupan nuestra tierra tienen un desprecio total por los derechos humanos más elementales.
He implorado y he suplicado a cualquiera que pudiera tener alguna relación con el caso de mi hijo. He tocado a todas las puertas para saber de su caso. Lo único que he recibido son rumores que me queman el alma y me rompen el corazón: que lo habían trasladado junto a sus compañeros de la cárcel de El Aaiún a otra en Marruecos; que bajo tortura murieron dos del grupo; que otros quedaron discapacitados o mutilados…
Las preguntas me angustian y no me dejan dormir, ¿dónde estará mi hijo?, ¿estará vivo o habrá corrido la peor suerte?, ¿podrá soportar las tristemente célebres torturas marroquíes?,¿cómo son sus noches?...¿y sus días?, ¿cómo puede sucederle esto a mi hijo, que nunca ha hecho mal a nadie, ni ha matado a nadie, ni ha robado a nadie?
Su único delito es el haber expresado explícitamente en manifestación pacífica el sentir y el deseo de todos nosotros. Lo que es la realidad. Somos saharauis, no somos marroquíes y reivindicamos nuestro derecho a la autodeterminación e independencia.
Cuando deambulo mirando sin nada que ver, pienso que llegará un milagro, pero los milagros parecen haber roto hace tiempo su alianza con los más débiles.
Me vence la impotencia y me doy cuenta de que mi caso es insignificante para el mundo, que no es más que un número que se añade a tantos otros. Me doy cuenta de que nosotros, los saharauis, valemos muy poco a ojos de un mundo en el que reina la ley del más fuerte.
No me queda más que encomendarme a Dios e implorar con desesperación la justicia divina ya que parece que la comunidad internacional es indiferente a nuestras plegarias.
Aún así, quiero lanzar un grito de desesperación e impotencia con la esperanza de que llegue a oídos receptivos. Para que en este mundo globalizado también se luche por que los derechos humanos se globalicen también y que los saharauis disfrutemos de ellos. En particular, apelo a todos los pueblos de España para que nos estrechen su mano solidaria en la misión de buscar el paradero de mi hijo y sus compañeros.
Puede que un día, ojalá no lejano, me encuentre con mi hijo, tenerle entre los brazos de nuevo y que nuestras vidas recuperen la normalidad. Necesito conseguir que David vuelva a vencer a Goliat.
El caso de mi hijo no es único en el Sahara Occidental. Hay demasiadas madres saharauis que están en la misma situación que la mía.
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